Al final iba a resultar la vida que no era para tanto…o, bueno, eso a lo que llamaban vida…
Cierto es, que si te llegabas a acostumbrar, lo podías llegar a soportar… pero los momentos malos, eran muy malos, demasiado para mi…
Deambulando, sin rumbo y con demasiado equipaje… por ese camino, si se le podía llamar camino, lleno de piedras y cubierto de maleza…con un único destino, vivir.
Me sentía profundamente decepcionada, frustrada, desilusionada. Me arrepentía de haber seguido a pies juntillas los consejos de todos los que me animaban a experimentarlo… No era como me habían dicho, y yo ya no tenía fuerzas, ni ganas, solo quería abandonar ese lugar, para siempre… pero, ¿cómo? Estaba demasiado confusa, la penumbra me impedía ver con claridad y la atmósfera era fría y lúgubre, tenebrosa…No podía evitar que mi rostro se empapara de lágrimas de dolor y amargura al incorporarme después de cada caída…
Esa vez no lo pude aguantar y me derrumbé…mi cuerpo pesaba demasiado, lo sentía rígido, tenso, gélido, tembloroso y me desplomé, dándome de bruces contra la imperturbable superficie que, a duras penas, me había visto caminar hasta entonces. Entre sollozos pedí ayuda, pero ni siquiera alcancé a escuchar mi propia voz que no era voz, sino un lamento roto y profundo… Era más que un anhelo, una súplica…y, de todas formas, allí no había nadie que pudiera oírme…estaba sola, y lo peor de todo es que me sentía más sola que nunca, no podía decirse ni que me tuviese a mí misma, estaba fuera de mí, un cuerpo inerte, sin aliento, inconsciente…
Entonces desperté, pero mi cuerpo no era mi cuerpo, no me reconocía, aunque en el fondo sabía que era mío…Lo sentía demasiado ligero. Flotaba, me dejaba llevar al son de la música del viento… me sentía plena, feliz, llena de vida, por fin, todo estaba lleno de luz. Una luz muy blanca, muy intensa pero suave al mismo tiempo… y entonces me vi allí tumbada… ¿Qué hacía allí? Entonces, ¿quién era yo? No podía ser… ¿qué estaba pasando? ¡Esa era yo! ¿y yo?…¿no era yo?
Me acarició, me sentí dichosa y colmada. Nunca seré capaz de explicar esa sensación…y entonces volví a despertar.
Volvía a estar allí… sola, pero era una soledad diferente.
Segura de mí misma y con mucha decisión conseguí alzar la vista y me incorporé. A mi paso se abrió un sendero de luces de mil colores, brillaban y relucían. Me guiaron hasta un acantilado donde pude ver al mar beberse el último destello de un sol de esperanza.
A mi espalda quedaba ya la oscuridad y el tenue resplandor del ocaso me acompañaba a lo que, si yo era capaz, sería mi vida. El miedo también fue protagonista de ese momento, me miraba a los ojos y me desafiaba, y yo sabía que no iba a apiadarse de mi. Pero el valor pudo más que él… Mire atrás por última vez, suspiré y comencé a correr lo más rápido que me permitieron los pies, después de todo, el que no arriesga, no gana, y yo iba a intentarlo. Estaba dispuesta a vivir, con todas sus consecuencias…
Llegué hasta el borde del precipicio, ya estaba allí, al borde de la vida. Medité unos instantes y me lancé al vacío, libre y decidida como nunca.
Ahora sé que estoy viva. Decidí dar el salto y ya no hay marcha atrás.
Si algo te frena los pies, es el momento de desplegar las alas y echar a volar para vivir…